España es (solo) mía

por @amuda

“Si tienes que decir que lo eres es que no lo eres”, Margaret Thatcher. 

Pasé mi infancia y adolescencia en un país gobernado por un dictador que sigue hasta el día de hoy gobernado por otro dictador. Durante los primeros 20 años de mi vida no sabía el significado la palabra democracia, hasta que llegué España y vi como la policía protegía las manifestaciones de la prensa critica al Gobierno, la gente podía opinar sin miedo de lo que fuera y podía andar por las calles sin miedo a que te parase un policía solo porque tu cara no le gusta como pasaba en mi país de origen.

Aquellos años pensé “ahora entiendo la palabra democracia”, es el mejor invento de la humanidad, incluso más importante que la palabra paraíso, porque lo es ahora y en la tierra y no hay que esperar a morir y subir al cielo para disfrutarlo.

Veinte años después veo que España se ha quedado atascada en su carrera hacia la democracia perfecta, Hasta la llegada de los nuevos partidos, los antiguos partidos eran las mismas caras de siempre sin grandes renovaciones. Los mismos pero con el pelo más blanco. Incluso con las mismas declaraciones de siempre abusando de la palabra democracia como solía pasar después de cada atendido de ETA: “Los terroristas no van a vencer los demócratas”. Demócratas, una palabra que se utiliza –manosea, diría– a menudo en la política española por todos los signos políticos, pero ¿por qué? Porque como decía Margaret Thatcher, no lo son.

España ocupa el puesto 17, justo por encima de Mauricio y Uruguay y por debajo del Reino Unido, en el Índice de democracia elaborado por The Economist Intelligence Unit. Aunque sale mejor parada que otros países europeos de los considerados “democracias plenas” del índice–, sigue estando mucho más abajo que los países nórdicos, Canadá o Australia. ¿En qué ha fallado España para no estar a la vanguardia de las democracias del primer mundo? ¿Por qué se ha quedado atascada desde el 1977?

El problema de España viene de lejos. Es un país que no quiere enfrentar sus problemas del pasado, etapa que, en mi opinión, cerró en falso. Todo empezó al terminar la Guerra Civil, con un bando ganador gobernando 40 años con una dictadura casi perfecta. Cuando Franco estaba moribundo en su cama ordenó a su gente que empezasen a trabajar en la transición demócrata, no porque le gustase sino porque no había otra salida, ya que España era entonces el único país sin democracia en la Europa occidental y tarde o temprano ésta acabaría llegando. Entonces, pensó el viejo dictador, mejor será una democracia controlada por su gente que por otros.

Por no hacer como se hubiera debido, cerrar las heridas y afrontar las problemas del pasado, los viejos bandos se abrazaron y aceptaron La Ley de Amnistía y el «pacto del olvido». No hubo comisión para la verdad ni una reconciliación como lo que hizo Mandela en Suráfrica bajo el lema ‘Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón’, donde las personas que eran identificadas como víctimas de graves violaciones de los derechos humanos eran invitadas a prestar declaración sobre sus experiencias. Muchas de estas víctimas ofrecieron sus relatos en audiencias públicas. Los autores de los hechos violentos podían también confesar sus crímenes. La Comisión nunca funcionó como equipo judicial, sino como intermediario entre víctimas y agresores.

En España el pasado se quedó en tierra de nadie, con las heridas abiertas en ambas bandos, para algunos de la izquierda son las únicas víctimas de la guerra civil y todo lo que pertenece a esos años es fascista –incluso rechazan los colores de la bandera de su país–. Y el otro bando piensa algo similar, que la izquierda cometió masacres en pueblos y que no tiene derecho a quejarse. Cada bando siente que España es solo suya y el otro no hace más que molestar. Quizás algunos políticos de hoy no lo dicen en público, pero lo sienten así. Está en el inconsciente, ya sea de derecha o de izquierda: España es solo suya. El enfrentamiento hoy sigue vivo en RRSS, en los debates de televisión, en la prensa… Esto impide unir fuerzas para desarrollar un proyecto común de país a largo plazo, concentrados como unos y otros están en pensar solo en el corto plazo para evitar que lleguen los del otro bando y nos quiten el poder.

Sir John Glubb en su libro El destino de los Imperios explica que una nación es poderosa cuando sus ciudadanos tienen patriotismo, virtudes de coraje, valor y devoción por el deber cumplido; está unida y llena de autoconfianza. Para llegar a este punto hacen falta los héroes y mártires que dieron su vida por nosotros, y debemos comportarnos bien y cuidar su legado, desde cuidar sus calles hasta impedir que florezca la corrupción en el sistema. Eso lo no tuvo la nueva historia de España no hay luchas por la democracia, no hubo grandes sacrificios por la libertad sino que todo vino regalado por un dictador. Y lo que es gratis, no tiene valor.